LA LEY DE HERODES

Por Miguel Ángel Isidro

Cuando se pregunta a un extranjero sobre las características de los mexicanos, muchos adjetivos salen a relucir.

Alegres, hospitalarios, bravucones, amistosos, solidarios, luchones… en fin, muchos de ellos positivos.

Sin embargo, existe uno recurrente que bien puede explicar en buena parte el estado anímico de nuestra sociedad en este peculiar momento de nuestra historia: los mexicanos somos apasionados.

Cuando nos decidimos a abrazar una causa, lo hacemos sin medida ni recelo. Lo mismo los fervorosos seguidores de la Virgen de Guadalupe que de de la Selección Mexicana de futbol, de la música de mariachi, banda o tropical, o entusiastas asistentes a eventos deportivos o conciertos. Cómo cuando de la nada, en la pasada edición de la Fórmula Uno en la CDMX, desde la tribuna comenzó a brotar el coro de “¡México-México!”, como si se tratara de una manera de marcar territorio en un evento global.

Y precisamente esa pasión que nos caracteriza es la que podría de alguna manera dimensionar el clima de crispación que se vive en este momento, principalmente en las redes sociales.

En los últimos meses, pero particularmente después de la celebración de la consulta sobre el destino del proyecto del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de Mexico (NAICM), la audiencia de las redes sociales pareciera estar dividida en dos grandes segmentos: los seguidores del Presidente electo y sus detractores. O, como ellos mismos se califican unos a otros: “chairos” y “fifís”, respectivamente.

Es indudable que el resultado de las pasadas elecciones presidenciales del mes de julio fueron un reflejo del malestar ciudadano ante años de corrupción, impunidad, violencia criminal y frivolidad por parte de los poderosos, lo que motivó un voto masivo por la búsqueda de un cambio de régimen. El triunfo electoral ha representado un catalizador del malestar ciudadano y sin duda, para muchos representa la posibilidad de un radical golpe de timón en las formas de gobernar y hacer política en México.

Es innegable que al sistema político le vendría bien una sacudida. Y sería formidable lograr un cambio sustancial sin pasar por un estallido social. Sobre todo en un país cuya historia se ha escrito de la mano de guerras internas en las que no siempre han ganado los oprimidos.

Sin embargo, bien vale la pena hacer un llamado a la prudencia. Urge elevar el nivel del debate. La crispación ha llevado al intercambio de diatribas e insultos; un día sí y otro también “chairos” y “fifís” escenifican cruentos combates en el ciberespacio; a cada declaración, acto o publicación le sigue un alud de vítores y rechiflas. Los argumentos parecen ser lo de menos, de trata de ver quién alcanza más “likes”, todo mundo pareciera estar gritando a todo pulmón y nadie parece escuchar al otro, o lo que es peor: a nadie le importa hacerlo.

Es innegable que AMLO cuenta con el respaldo de 30 millones de ciudadanos que le dieron el triunfo electoral. Sin embargo se debe entender que después de su toma de posesión será el presidente de todos los mexicanos, chairos o fifís o cómo les quieran llamar. Y ése será el momento para demostrar cómo quiere conducir su mandato: como un estadista o como el jefe de un grupo político mayoritario, que gobernará sin escuchar las voces disidentes.

De manera irresponsable hay quienes confunden la lucha de clases con el rencor social. De la contradicción de los opuestos deben surgir las alternativas para generar las decisiones que brinden el mayor bien para el mayor número.

Uno de los errores que cometió el régimen priísta fue el considerar que la pluralidad era una bondad graciosa que el partido en el poder podía conceder y arrebatar a su antojo. La inconformidad ciudadana fue encontrando los cauces para alzar su voz, y en múltiples ocasiones, como en el movimiento estudiantil del 68, en la Guerra Sucia de los 70 o en los movimientos ciudadanos surgidos a raíz de los sismos del 85, la sociedad le demostró al sistema que no necesitaba ni de los anquilosados partidos políticos ni de los desgastados espacios de representación parlamentaria para hacer patentes sus inconformidades y demandas. Los ejemplos mencionados han sido episodios dolorosos, pero necesarios para entender el nuevo escenario social y político del país.

En alguien debe caber la prudencia. Estamos en un momento importante para construir una nueva página en la vida política y social de México, y eso requiere del concurso y la desinteresada participación de todos los sectores, sin sectarismos ni bravuconadas.

Y AMLO debe entender que ha llegado el momento de actuar como jefe de un gobierno, y no como político en campaña.

Ojalá lo logre.

Los mexicanos no necesitamos inventarnos más enemigos. El escenario internacional pinta complicado, y sería lamentable no aprender de los errores del pasado.

Finalmente, ¿quiénes se benefician de la confrontación social?

Veremos y comentaremos.

Twitter: @miguelisidro

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