Perspectiva

Por Marcos Pineda

Muy probablemente el término “malevolencia” le suene a usted como raro o incluso llegue a dudar de su existencia en nuestra lengua. No es para sorprenderse en absoluto, pues estamos mucho más acostumbrados a escuchar a su antónimo: la benevolencia. Lo cierto es que existe y aunque no lo escuchemos con frecuencia sí lo padecemos en nuestras vidas, particularmente en la vida pública, en el espacio político, aunque en otros ámbitos también tiene cabida regular.

De acuerdo a las fuentes oficialmente aceptadas, la malevolencia es la mala voluntad, la mala intención o simplemente la maldad. En otras palabras, actuar con malevolencia denota aviesas intenciones, que conllevan daño intencional, cinismo o hipocresía. No sería nada nuevo decir que los políticos, si no todos, sí la mayoría de ellos son malévolos. Ah, esa otra palabra “malévolo”, sí que la hemos escuchado más. Como tampoco sería nada nuevo decir que esa mayoría de políticos actúan con perversidad, provocando daño intencional, siendo mentirosos e hipócritas con tal de alcanzar sus objetivos personales.

Entonces, como ya damos por sentado que la mayoría de los políticos así son y así logran sus propósitos, llega un momento en que como sociedad, como conjunto de votantes en una democracia, nos sentimos desconcertados. Preferimos a los que parecen no ser políticos, a los que parecen hablar con la verdad y parecen defender las causas con las que nos identificamos. Y tal como sucede con los círculos viciosos, resulta que los nuevos, esos a los que les dimos nuestra confianza y nuestro voto, resultan ser igual de malévolos que los anteriores o, a la larga, inclusive peores.

Así pasó con el régimen bolchevique que sustituyó al zarismo en Rusia, al comunismo que quiso desterrar al capitalismo de Cuba, al porfirismo que en México luchó contra Benito Juárez, al graquismo que sacó del poder a los panistas en Morelos y múltiples ejemplos que se pueden citar. Hoy por hoy, volvemos a escuchar discursos incluyentes y democráticos, pura demagogia de quienes actúan con malevolencia para llegar o permanecer en el poder. Que no les ha importado pasar por encima de los méritos y los derechos, de las leyes y las más mínimas normas morales, con tal lograr sus objetivos personales y de grupo.

La pregunta es si después de tantas malas experiencias el pueblo, los electores, se seguirán dejando engañar por los malévolos, para después una vez más arrepentirse de haberlos dejado llegar al poder o consentir que sigan en él.

Para iniciados

Tal es el caso del Partido Encuentro Social, el partido de José Manuel Sanz y Hugo Eric Flores, que puso a Cuauhtémoc Blanco como gobernador formal, mientras ellos son los que en la práctica toman todas o casi todas las decisiones importantes. Y que ahora impusieron a través de una asamblea a modo a quien hoy es su incondicional al frente de ese partido político, Jorge Argüelles, mientras ellos harán lo mismo que con Cuauhtémoc, serán ellos quienes tomen todas las decisiones importantes, como ya se vio que lo hicieron en estos últimos días. ¿De verdad creerá el nuevo presidente estatal del PES que él es el líder de esa organización política? ¿De verdad creerá que por sí solos representan una opción política capaz de ganar elecciones, ya que sin los votos de Morena y de Andrés Manuel López Obrador forman parte de la morralla política? ¿De verdad creerán que pueden volver a contar con el respaldo de las iglesias evangélicas ahora que se están empeñando en desplazar a los fundadores de ese partido en Morelos? ¿A poco creerán los actuales líderes del PES que los electores van a votar por sus candidatos en cantidad suficiente como para no perder de nuevo el registro a nivel nacional y local? La malevolencia se asoma en pleno, sin embargo, los electores tendrán la última palabra, no necesariamente los malevolentes venidos a políticos.

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