LA LEY DE HERODES

Por Miguel Ángel Isidro

“Es mejor quemarse que apagarse lentamente”, dice una lapidaria frase de la canción “Into the Black” del cantautor norteamericano Neil Young.

Y esa frase podría aplicarse de manera contundente a la situación por la que actualmente atraviesa el otrora todopoderoso Partido Revolucionario Institicional.

Fundado en 1929 por iniciativa de Plutarco Elías Calles, como una estrategia para dar por terminada la pugna entre los grupos de poder que se entronizaron al término de la Revolución Mexicana en distintas regiones del país (objetivo que aún así tardó más de una década en concretarse), originalmente denominado Partido Nacional Revolucionario y refundado en dos ocasiones (1938 y 1946, cuando finalmente adquirió su nombre actual), el instituto político que durante setenta años detentó el poder presidencial en México, se enfrenta a su más severa crisis.

No es porque se encuentre fuera del máximo espacio del poder político federal; ya en el año 2000 el PAN de Vicente Fox ya había logrado lo que parecía imposible: “sacar al PRI a patadas de Los Pinos”. Aún así, el tricolor consiguió recomponerse para recuperar la presidencia 12 años más tarde. El punto es que en la actualidad se antoja sumamente complicado su retorno al poder.

Veámoslo así: aunque se mantiene como el partido con mayor número de gobernaturas (12) a nivel nacional y es gobierno en 550 municipios del país, muchos de ellos capitales y ciudades importantes, la realidad es que desde su retorno a la Presidencia en 2012, en cada proceso, la rentabilidad electoral del PRI ha ido a la baja. La muestra evidente de ello está en su tamaño legislativo: su bancada la conforman apenas 47 diputados federales (de 500 escaños activos), y de 128 senadores que actualmente conforman la cámara alta, sólo 14 representan al PRI.

El próximo 11 de agosto, el PRI celebrará un proceso interno para la renovación de la presidencia y secretaría general de su Comité Ejecutivo Nacional. A dicha contienda se han registrado tres contendientes: la yucateca Ivonne Ortega Pacheco, el campechano Alejandro Moreno Cárdenas y la veracruzana Lorena Piñón Rivera.

El pasado 17 de julio, dichos aspirantes protagonizaron el primero de dos debates que formarán parte del proceso eleccionario. En dicho encuentro, a pesar de los compromisos previos, prevalecieron las descalificaciones entre los contendientes (principalmente entre Ivonne Ortega y Alejandro Moreno), acerca de sus presuntos vínculos con grupos enquistados en el poder. Lorena Piñón optó por tratar de vender su imagen como “la alternativa de la verdadera militancia”.

El problema sustancial del PRI actual radica en una evidente crisis de liderazgo. Durante su historia, el PRI consolidó y convirtió al presidencialismo en la máxima expresión de su praxis política. Huérfano nuevamente del poder presidencial, el PRI navega sin rumbo, enfrentando una evidente ausencia de guía, que evidentemente no quedará resuelta ni de lejos con la pura renovación de su dirigencia nacional.

Los principales grupos de poder que durante décadas han convivido al interior del PRI (cacicazgos dominantes en los históricos “graneros electorales” del PRI como el Estado de México, Veracruz, Hidalgo y Tamaulipas, entre otros territorios), se enfrentan al peor de sus desprestigios y en múltiples casos, de encuentran bajo persecución judicial, como ha quedado evidenciado con los casos de ex gobernadores encarcelados como el veracruzano Javier Duarte o los tamaulipecos Tomás Yarrington y Eugenio Hernández Flores; al tiempo de resentir obuses como la reciente detención del abogado Juan Collado, vinculado a los ex presidentes Salinas y Peña Nieto; o las filtraciones sobre las millonarias cuentas del gobernador mexiquense Alfredo del Mazo en Andorra.

En estos momentos, ningún político emanado del PRI está exento de recibir los reproches y señalamientos propios del hartazgo popular que llevó en buena parte al aplastante triunfo de Andrés Manuel López Obrador en la pasada elección presidencial. Los excesos y banalidad que caracterizaron al sexenio de Enrique Peña Nieto representan una profunda herida en el capital político del priismo, que difícilmente podrá sanar en el corto plazo.

En términos de estrategia electoral, el PRI se ha convertido en una marca que ya no vende; al contrario: resta. No es fortuito que su último candidato presidencial, José Antonio Meade haya tenido como principal carta de presentación “no haber sido nunca” militante del PRI o de ningún partido. Desprovisto de la brújula y del manto de la impunidad protectora del poder presidencial, las huestes priistas corren como gallinas descabezadas, y cualquier argumento de defensa sobre su ideología o sus logros históricos se derrumba ante el ineludible peso del desastre legado por su último turno en el poder.

Algo que los priistas de hueso colorado probablemente se nieguen a aceptar, pero que las nuevas generaciones deberían considerar es la posibilidad que ha llegado el momento de declarar la muerte histórica del PRI. Podría representar un movimiento riesgoso en un momento de incertidumbre como el actual, pero en la balanza estaría la decisión de cómo quieren que se recuerde a su instituto: como el PRI de Elías Calles, Cárdenas o López Mateos… o como el juguete de los apetitos de Salinas, Peña Nieto y asociados.

A nivel de las entidades y municipios, en el PRI prevalecen liderazgos locales que vale la pena preservar. El México actual requiere de contrapresos efectivos al poder; el PRI ha dejado de representar dicha opción política.

Renovarse o morir, dicen los clásicos.

Lo mejor que en estos momentos de la historia nacional podría ocurrir con el otrora denominado “partido aplanadora” sería el resentir un cisma en su interior que provoque una auténtica reestructuración y cambio de piel, en aras de constituirse como una oposición activa y responsable.

En otras palabras; para recuperar el poder, el PRI… debe morir. Del dinosáurico instituto no deberían quedar ni las siglas.

Probablemente a muchos priistas les intimide el hecho de verificar que los esfuerzos por construir nuevos frentes políticos pueden merecer el desprecio de la ciudadanía, como le está ocurriendo al ex presidente panista Felipe Calderón y a su esposa Margarita Zavala en su intento por constituir el partido “México Libre”.

Sin embargo, de no someter a su organización a una profunda cirugía política, no se necesita ser adivino para anticipar una nueva y dolorosa derrota en la elección intermedia de 2021.

Los priistas tienen la palabra.

Veremos y comentaremos.

Twitter: @miguelisidro

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