Perspectiva Electoral

Por Marcos Pineda

En otros tiempos, el sistema político ejercía un control vertical infranqueable. Estaba diseñado para que en la práctica pareciera una república, con régimen federal y democrático. Todo bajo un Estado de Derecho. Pero en la realidad funcionaba como una cuasi monarquía, centralista y autoritaria. El empuje de las fuerzas y movimientos sociales, desde adentro y afuera del país, lo obligaron a dar paso a la transición a la democracia. Hoy da brincos agigantados hacia atrás, hacia ese pasado hegemónico y autoritario.

Era cuasi monárquico porque ser presidente de la República era casi como ser rey por seis años. Sus decisiones, proyectos y caprichos tenían que cumplirse así fuera necesario hacer cuanta reforma constitucional e institucional hiciera falta. Se le rendía pleitesía al presidente en turno, había sumisión por parte del pueblo y de su corte de funcionarios, y se pagaba muy cara la osadía de no actuar con una sumisión a la que llamaban lealtad.

Parecía una República porque legalmente había separación de poderes y un congreso en el que supuestamente estaban representados los intereses del pueblo, a través de los partidos políticos. Y parecía federal, pues el diseño de gobierno establecía la operación de administraciones locales, con su propia división de poderes y autonomía para el ejercicio de sus funciones, siempre dentro del marco constitucional. Pero en la realidad, el presidente ejercía control sobre el congreso, los gobernadores, las cortes de justicia y hasta los partidos políticos. Y quien no se sometiera a su poder, corría el riesgo de ser perseguido, acosado, desterrado, encerrado o enterrado. El menor de los riesgos era el de ser marginado de la política y de la administración pública.

Poco a poco, el sistema político tuvo que ir cediendo paso a la democracia y al ejercicio más o menos real de los postulados constitucionales, aunque nunca se terminó del todo el temor a la ira presidencial. Y los gobernadores se fueron convirtiendo en una suerte de virreyes, unos más y otros menos rebeldes al poder central. La construcción de instituciones autónomas, responsables de la organización y vigilancia de los procesos electorales, de la supervisión y sanción del ejercicio del gasto público y de la operación de las políticas públicas, acercó más a México a los ideales plasmados en las leyes, pero seguían subsistiendo tanto la supremacía del poder ejecutivo y de los mecanismos para someter o controlar a las instituciones que debieran ser autónomas e independientes. Y no faltaban posibilidades de generar acuerdos para seguir reformando la ley, a conveniencia de cada proyecto sexenal, de cada presidente.

Y ahí es donde está el problema de fondo. A diferencia de países con democracias consolidadas, en los que las instituciones tienen tal fortaleza que, no importa quién gobierne, siguen funcionando y operando conforme lo mandan las leyes y sus atribuciones, en México todo ha seguido funcionando conforme lo manda el presidente.

En estos tiempos de la autodenominada cuarta transformación, el mayor de los riesgos es el de perder todos esos avances democráticos e institucionales. Y que la voluntad, el capricho y la necedad de un solo hombre, vuelva a imponerse. El acoso, la persecución y el sometimiento de las instituciones a la voluntad del presidente, las reformas a las leyes, a modo de la ideología que pretende convertirse en hegemónica y el control hasta sobre los partidos políticos, es cada día más evidente, disfrazado, que es la peor de las demagogias, del cumplimiento de la voluntad del pueblo. ¿Quién manda en realidad? ¿Ahora ya manda el pueblo o está comenzando a mandar de nuevo un solo hombre al que llaman señor presidente?

Y para iniciados.

Ayer comenzó a correr fuertemente la versión de que el abogado, Cipriano Sotelo Salgado, podría dejar colgado al PRI con la candidatura a presidente municipal de Cuernavaca, pues no está conforme con la designación de Jorge Meade González al frente de la primera regiduría, puesto que quizá sería el único que lograra alcanzar en la comuna capitalina ese partido político. Las condiciones económicas, de fama pública y de actividad profesional de Sotelo Salgado, le permitirían renunciar a la candidatura sin ningún problema para él, porque en realidad él no necesita nada del PRI. El PRI lo necesita a él. Incluso salvaría su nombre de una derrota electoral que se antoja inminente y para el PRI significaría la sepultura de sus aspiraciones electorales. Ya veremos qué deciden en la cúpula.

Excelente inicio de semana.

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