PERSPECTIVA, por Marcos Pineda.

Contra su propia propuesta y poniendo en riesgo la subsistencia de su patente política, el partido Verde fue al que se admitió la entrada, discusión y aprobación de una reserva, con el objeto de eliminar la llamada “cláusula de la vida eterna” en la reforma electoral. El acomodaticio y convenenciero Verde negoció muy rápido su postura en la Secretaría de Gobernación.

Una vez más, los cuestionamientos de algunos medios, en la mañanera de ayer, provocaron la reacción del presidente Andrés Manuel López Obrador, mostrando su rechazo al reparto de votos entre partidos políticos en candidaturas comunes. Fue el único cambio a los dictámenes sobre las seis leyes secundarias modificadas.

En la versión de Andrés Manuel, fueron duendes los responsables de la redacción aprobada por los diputados federales. En la de Adán Augusto López Hernández, se trató de errores que podrían ser corregidos en la Cámara Alta. Duendes o errores, salvo la “cláusula de la vida eterna” a los partidos minoritarios, todo lo demás quedó aprobado tal cual.

Ricardo Monreal Ávila fue el único senador morenista que señaló las inconsistencias, irregularidades e inconstitucionalidades de las reformas electorales y, en consecuencia y congruencia, votó en contra.

Los demás, diputados y senadores, fieles seguidores a ciegas de su jefe único y máximo, claudicaron en su deber constitucional de velar por los intereses de la nación para favorecer al proyecto político presidencial, que incluye el debilitamiento de las instituciones electorales, tanto operativas como jurisdiccionales, la apertura para volver a los esquemas del uso de los recursos públicos en la promoción de candidaturas a puestos de elección popular y el relajamiento de las sanciones a quienes infrinjan las leyes electorales, consintiendo la opacidad en el manejo de los recursos públicos y privados.

Las reformas aprobadas son todo lo contrario a lo que se ha prometido, con una excepción: sí se gastará menos en INE, pero será en salarios e insumos de más de mil quinientas personas que serán despedidas y que, por cierto, son las que llevan a cabo el trabajo técnico y operativo.

Las advertencias sobre el feroz golpe a la democracia, perpetrado desde Palacio Nacional, en complicidad con el Verde y el PT, vinieron de todos lados. No fue la oligarquía ni los conservadores ni la prensa vendida, sino los especialistas en la materia electoral, la gente sensata que sí leyó la propuesta de reforma y quienes han vivido la difícil tarea de construir instituciones electorales sólidas, soportadas por una legislación y una estructura adecuadas. 

Sí hace falta una reforma, pero no una que devuelva el control de los procesos electorales a los gobiernos, que retroceda en vez de avanzar, sino una que mejore la calidad de la democracia y disminuya sus costos. Una que contribuya a contrarrestar la crisis de la representación política que vive México desde hace décadas. Queda todavía la posibilidad de que la Suprema Corte de Justicia de la Nación enderece el barco, porque si no, irá directo a su hundimiento. 

Y para iniciados

De no haber sido por el blindaje de su camioneta, familiares, amigos, comunicadores y buena parte de la sociedad, estaríamos lamentando el asesinato de Ciro Gómez Leyva. Atentados como éste, claro que tienen autores intelectuales. La condena de estos hechos, por parte de las autoridades de gobierno y su supuesta solidaridad, es absolutamente insuficiente. Que alguien le diga al presidente López Obrador: ya basta, ya fue demasiado de estar atacando, burlándose, calumniando y ofendiendo a los representantes de los medios de comunicación. Si usted revisa los comentarios de los seguidores de AMLO en las redes sociales, bots o no, respecto del atentado, se dará cuenta de que destilan odio, dan vergüenza y no tienen nada que ver con su pretendido humanismo mexicano. No son dignas de lo que llaman pueblo “bueno y sabio”, sino de uno ignorante y fanático.    

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