Por Miguel Angel Isidro

Con el arranque del gobierno federal encabezado por Andrés Manuel López Obrador, inicia la construcción de un nuevo régimen político en México.

Y ciertamente, el gobierno de Enrique Peña Nieto representó el colapso final de un sistema cuya caída se vino cocinando desde hace casi cinco décadas.

Porque ciertamente, la llegada de un nuevo régimen, no se podría concebir ni entender sin el movimiento estudiantil de 1968, la guerra sucia de los 70, la rampante corrupción de los 80, las recurrentes crisis económicas de las últimas tres décadas; la crisis electoral del 88, el “error de diciembre”, el espejismo democrático de Fox, la violenta e inútil guerra de Calderón, Ayotzinapa, la Casa Blanca y el supra poder del narco, entre otros muchos episodios dolorosos para la vida del país.

El cierre del gobierno de EPN no pudo ser más desastroso: escándalos de corrupción, los niveles de aprobación más bajos para un presidente desde la salida de Ernesto Zedillo y cuestionables decisiones como retirar de salida el subsidio a combustibles, y otorgar el Águila Azteca a Jared Kushner… el yerno del presidente norteamericano Donald Trump. Sí, el hombre que reiteradamente ha insultado a México y cuyas decisiones mantienen a nuestra frontera norte en una crisis migratoria y humanitaria sin precedentes.

Sin embargo, hay que entender que en los procesos políticos, los cambios no se dan por decreto. Para que el nuevo régimen se instale exitosamente no basta con el acto republicano de la transición de poderes. Y también hay que decirlo, como en todo parto, el alumbramiento de un nuevo sistema político no estará exento de accidentes y dolores.

Hay que entender que a pesar del abultado bono democrático con el que inicia el mandato de López Obrador, sus principales adversarios políticos -en este caso, el PRI y el PAN y algunos de sus eventuales aliados- continúan teniendo distintos espacios de representación en las cámaras, en estados y municipios.

Y más aún; hay que advertir que aún disminuida, la nueva oposición no escatimará oportunidades para oponer resistencia al cambio, como ya quedó demostrado en la controvertida votación sobre las reformas constitucionales referentes al fuero constitucional, que fue un claro ejemplo de que la vieja clase política tratará de sacar ventaja de los errores y excesos de confianza de la nueva mayoría.

Morena y su Presidente de la República deben entender que a pesar de la pequeñez numérica de sus adversarios y críticos, deben asumir la obligación republicana de construir la nueva democracia, a través del diálogo y el debate informado. Usar como argumento los errores, imposiciones e injusticias del pasado representaría el retorno a la mediocridad y mezquindad de sus antecesores.

Es obvio y evidente que la oligarquía no va a renunciar en automático a sus privilegios. Hay que tomar como muestra lo ocurrido con temas tan complejos como el manejo de los mercados o la relación con el sector empresarial, donde el propio López Obrador tuvo que ceder cierto terreno para evitar un escenario de abierta confrontación durante su arribo al poder.

Ninguna transición es sencilla. Sobre todo porque muchos actores de la política las avizoran como oportunidades de lucro. Ahí tiene usted el caso de esa entelequia de partido autodenominado Movimiento (anti) Ciudadano, que bajo la guía del ex priísta Dante Delgado ha transitado de aliado de la derecha panista a rémora del perredismo lopezobradorista, para terminar en estos momentos como una suerte de bisagra convenenciera que ayudó al PRI y al PAN a frenar la reforma para derogar el fuero constitucional.

Si quieren de verdad concretar una transición e instaurar un nuevo régimen, Morena y López Obrador deben abandonar la zona de confort que le brindan sus 30 millones de votantes y entender que ahora gobiernan a todo un país, no sólo a un partido. Si consiguen tender puentes con los sectores más lejanos a su tradicional clientela -la clase media alta, el empresariado, o aquellos círculos que caen en el peyorativo mote de “los fifís” – habrá concretado una hazaña nunca antes lograda en México: hacer de la política una herramienta de construcción de ciudadanía, y no una burda arma para el exterminio de los contrarios.

Será interesante el devenir de los próximos 100 días, ya que independientemente del nuevo estilo de gobernar, dicho periodo marca un parámetro ideal para evaluar el contraste entre la oferta electoral y la realidad de un gobierno en funciones.

Contrario a lo que muchos pueden pensar, no abrigamos ningún tipo de sentimiento de animadversión al nuevo Presidente de la República.
Sin embargo, nos alimenta la convicción de que sólo ejerciendo un periodismo crítico podemos contribuir, aunque sea en una mínima parte a la indispensable toma de conciencia que nuestro país necesita. Si otros prefieren asumir el papel de aplaudidores y corifeos, están en su derecho. Pero cuando el periodismo deja de ser un observador crítico del poder, se convierte en publicidad… de la más burda y elemental.

Se puede la reconocer los aciertos sin dejar de ser crítico. Esa condición representará un reto importante en esta nueva etapa. Pero por favor, no esperen un periodismo complaciente, porque se supone que ese es uno de los lastres que queremos dejar en el pasado.

Veremos y comentaremos.

DE BOTEPRONTO: Los desastrosos números que deja Peña Nieto en materia de economía, tipo de cambio, violencia criminal e impunidad representan el tiro de gracia al viejo régimen priísta, pero al mismo tiempo, son el indicador obligado de los retos a vencer por la nueva administración.

Veremos y comentaremos.

Twitter: @miguelisidro

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