PERSPECTIVA, por Marcos Pineda.

Los corifeos de Ulises Bravo Molina, medio hermano de Cuauhtémoc Blanco Bravo, están desatados tratando de legitimar su designación como delegado especial en funciones de presidente de Morena, en Morelos. Unos por ser parte de su equipo, otros por estar comprados de alguna forma y los que ya han perdido todo resto de dignidad, por el hambre de querer que los tomen en cuenta. Pero, olviden la historia y el contexto.

Desde que en agosto del 2022 vimos un proceso interno de Morena, para renovar su Consejo Político Estatal, lleno de irregularidades, acarreo, compra de votos y conciencias, supimos que calificativos como “democrático” y “legal” serían muy difícil aplicárselos, si fuésemos congruentes y honestos.

Las manifestaciones de inconformidad se multiplicaron, tanto las puramente mediáticas como las jurídicas. Tras las resoluciones de los tribunales electorales, el partido político del presidente Andrés Manuel López Obrador, quedó severamente cuestionado. Aún más en Morelos, donde ni siquiera pudieron contar con una presidencia estatal, que fuera formal, legal y legítima.

Los líderes históricos, los fundadores del partido, las auténticas izquierdas progresistas, seguidoras por años de López Obrador, quedaron rebasadas por los neomorenistas, exmilitantes, exfuncionarios o funcionarios públicos y excandidatos de otros partidos políticos.

La pugna en el fondo por el poder al interior del partido es por el control de los recursos económicos y las candidaturas que estarán en juego el próximo año. A los morenistas recién integrados al partido guinda e incluso para los que aprovecharon la ola lopezobradorista del 2018 para colgase de ella y ganar elecciones, no con su voto, sino con los del actual presidente de la República, la ideología es lo que menos importa. La cuarta transformación para ellos son solamente discursos y slogans promocionales. En concreto, van por el poder y el dinero.

En eso convirtieron a Morena. Un émulo del PRI en su época hegemónica, autoritaria y vertical. Un partido en el que la lealtad y la disciplina partidaria se traducen en imposiciones, en la libertad para disentir, pero sin la posibilidad de hacer efectiva la democracia interna y en la destrucción, remitiéndonos a los hechos, de los ideales igualitarios que le dieron origen.

Personajes como el frustrado candidato priista a gobernador, Amado Orihuela Trejo, el empresario, también varias veces frustrado candidato a puestos de elección popular, pero por diferentes partidos políticos, Arnulfo Montes Cuén y el impuesto líder de facto de Morena en el estado, Ulises Bravo Molina, han buscado quedarse con parcelas del control partidario, que hasta hace unos meses se consideraba era dominio de Rabindranath Salazar Solorio.

Las y los demás, al carecer de estructuras propias, están buscando ganar las candidaturas desde afuera del partido, pero usando sus siglas. Más que representar grupos, son personalidades que a paso apresurado están tratando de construir sus redes de apoyo. Sin embargo, en muchas ocasiones, esas estructuras son las mismas en unos y otros, pasan de un postor a otro, de cobrar en un lado y en otro.

Todo este caldo de contradicciones tuvo ya consecuencias en el 2021 que podrían repetirse, incluso con mayor crudeza, el próximo año.

Y para iniciados

Muy lejos de lograr la unidad, la designación del hermano de Cuauhtémoc Blanco, Ulises Bravo Molina, como delegado especial en funciones de presidente de Morena, en Morelos, traerá todo lo contrario. Aunque, en el remoto caso de que lograran reunir a grupos y personalidades para tomarse una foto en la que aparenten disciplina y lealtad al proyecto partidario, por debajo de la mesa agudizarán el encono y la guerra por las candidaturas. Si ya de por sí traen la guerra más sucia que se haya visto en redes sociales, imagine usted lo que pasará después del 6 de septiembre.

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