Por Marcos Pineda

Cuando comenzamos a ver a un Andrés Manuel López Obrador irse con todo contra ciertos fideicomisos, organismos autónomos y organizaciones de la sociedad civil, decidir quién es bueno y quién no, qué es moral y qué no lo es, hacerse del monopolio de la verdad y del perdón de los pecados políticos, nos sentimos muy confundidos.

Al principio, en esa vorágine de concentración de los presupuestos gubernamentales para dedicarlos a las obras insignia y a los programas sociales, pudimos pensar que era una cuestión meramente de recursos, que para su proyecto era fundamental quitar dineros a todo aquello que se le pudiera quitar para direccionarlo a los apoyos para los más pobres.

Que sería previsible un ejercicio de gobierno cobijado en un discurso democrático y con un proyecto de Estado de Bienestar, cuyos requerimientos financieros serían los mayores de la historia. Pero que eso era necesario si se quería construir un Estado con ese perfil, al estilo de las democracias europeas que lograron llegar al primer mundo, mejorando la calidad de vida de sus ciudadanos.

Pero pronto nos decepcionamos. López Obrador nos recetó en lugar de un Estado de Bienestar responsable de sus obligaciones para con la sociedad en general, sin distinciones entre unos y otros, una política populista y electorera, incluso hasta con recetas discursivas, repetidas una y otra vez, que, sobre la democracia, como ideal, montó a la demagogia y a la simulación.

La cereza del pastel, misma que ha tratado de evadir como todo lo que le incomoda y lo evidencia, es su afrenta contra el Instituto Nacional de Acceso a la Información Pública (INAI). Si en algún momento ese instituto y los funcionarios que lo integraron torcieron el camino y convalidaron o escondieron actos de corrupción, pues que se investiguen y se finquen responsabilidades, pero, hoy por hoy, siendo la principal bandera del presidente la lucha contra la corrupción, dejar inoperante al instituto esgrimiendo el argumento de que no sirve para nada, no refleja, sino que a AMLO le incomoda mucho la transparencia y la rendición de cuentas.

Las revelaciones sobre las irregularidades cometidas en este sexenio superan ya a las de sexenios anteriores. Y eso le pega muy duro a la autoridad moral de un presidente que se da baños de pureza mientras su exsecretaria de Educación no pudo demostrar el buen uso de cerca de 900 millones de pesos, Segalmex sigue bajo la lupa por más del doble de la llamada “estafa maestra”, los recién descubiertos viajes de lujo del secretario de la defensa nacional, con recursos públicos, acompañado de miembros de su familia y, claro, todo lo que podría ventilarse de la promoción de las corcholatas presidenciales, otros funcionarios públicos y representantes populares de primer nivel.

Adán Augusto López Hernández, dicho coloquialmente, encueró el verdadero talante de opacidad de su jefe. Los López no están a favor de la transparencia, sino todo lo contrario. ¿Esa es la cuarta transformación que nos vendieron? ¿Eso es lo que usted quiere que tenga continuidad en el país? 

Y para iniciados

La moneda ya está en el aire. Cuauhtémoc Blanco Bravo ya solamente espera la indicación para separarse del cargo y buscar la nominación para un siguiente cargo de elección popular. Mientras tanto, el desorden y la falta de una correcta planeación presupuestal harán mella en todo lo que resta del año. Y aunque los problemas que se avecinan no son menores y las instituciones dependientes del Ejecutivo estatal estarán en crisis, a los de arriba, eso les importa poco. Llegado el momento habrán de separarse de sus cargos y que sean los que vengan quienes se encarguen de todo el desastre. Una vez más la pregunta es: ¿Eso es lo que usted quiere que continúe en el gobierno de Morelos?

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