PERSPECTIVA, por Marcos Pineda.

Los planteamientos sobre la dialéctica -que tanto han dado para discutir, pensar y analizar a lo largo de la historia del pensamiento- siguen siendo vigentes, válidos, incluso para aquellos que más se inclinen a su adopción en posturas extremas del materialismo, el idealismo y hasta los eclécticos.

El fin de la historia del pensamiento no llegará sino con el mismísimo fin de la humanidad. Mientras tanto, seguiremos viendo que todo está, como lo afirmó Heráclito, en continuo movimiento y cambio. Que ningún sistema permanece inamovible y que de toda crisis emana una síntesis, derivada de lo viejo y lo nuevo.

México y su sistema político no han escapado de estas realidades, lo entiendan o no quienes han sido impulsores de la autodenominada cuarta transformación, comenzando por el presidente de la República. Sin embargo, los mensajes de Andrés Manuel López Obrador no han pasado más allá de generalidades, su concepción difusa de la transformación plantea lugares comunes de alta efectividad electoral, pero deja vacíos conceptuales que se reflejan en la desorientación y carencia de asertividad, vamos, también en la simulación de muchos de quienes hoy se cuelgan de la idea de la continuidad, de lo que contradictoriamente han llamado la transformación de la vida pública del país.

Queda claro que no para todos ellos significa lo mismo. Sin duda que los idealistas de izquierda insistirán en impulsar la transformación, concepto claramente dialéctico por sí mismo, al tiempo que los materialistas seguirán siendo críticos al percatarse que las condiciones de fondo no han cambiado, ni parece que tengan pinta de poder cambiar, al menos no con quienes están apuntados para suceder a López Obrador en la presidencia.

El presidente promueve valores morales como el motor de la transformación. Pone en primer lugar el apoyo a los pobres y la lucha contra una corrupción que no ha podido desterrar. Pero nunca, se ha cuidado mucho de eso, ha hablado de hacer que los pobres dejen de ser pobres. Y ha sostenido que evitar la corrupción sirve para dar más y a mayor cantidad de pobres en el país. Sin embargo, sabe bien que eso, si bien aliviana las dificultades diarias de los menos favorecidos, es insuficiente para sacarlos de la pobreza y, en muchos casos, más bien la perpetua.

Siendo así, electoralmente resulta muy atractiva, entonces, la sentencia de que no puede haber gobierno rico con pueblo pobre. Y es ahí cuando los seguidores más radicales de la cuarta transformación se van decepcionando al ver que no existe la más mínima intención ni de que los medios de producción pasen a manos de los trabajadores ni de llevar a cabo políticas económicas que pudieran sacar a esos setenta millones de mexicanos de la pobreza, pues de ser cierto que el presidente entregará la estafeta en septiembre, ninguna de las corcholatas, con posibilidades de sucederlo, ha siquiera esbozado una propuesta de esa naturaleza.

Siguiendo la línea del pensamiento dialéctico, si acaso está surgiendo algo diferente al populismo de los sesenta y setenta, cuando el crecimiento y el desarrollo, como sea, se notaron y tuvieron efectos, su resultado estará muy lejos de una transformación profunda. Será, como mucho, una nueva forma de administración electoral de la pobreza. Quizá así se pueda resumir la hoy ya famosa propuesta de “la continuidad con cambio”.

Y para iniciados

Tan tienen una concepción distinta de la llamada transformación o solamente la ven como un slogan al cual asirse para lograr su siguiente cargo público, que los aspirantes y sus seguidores están haciendo todo lo que no deberían hacer: promoverse aprovechando sus cargos públicos, violentar las leyes electorales, echar a andar campañas negras y de la peor calaña contra quienes consideran sus principales adversarios, así como prometer lo que ni pueden ni están dispuestos a cumplir. ¿Esas y esos son entre quienes tendrá que decidirse el pueblo para darle continuidad a lo iniciado por López Obrador?

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