PERSPECTIVA, por Marcos Pineda.

Una de las recomendaciones que escuché hace muchos años, cuando siendo muy jovencito empecé a conocer a destacados políticos de ese entonces, la mayoría de ellos ahora ya fallecidos fue que para entrar a la vida pública “hay que tener la epidermis muy gruesa, porque si la tienes delgada los insultos y las calumnias terminarán en violencia.”

Los insultos, por un lado, son expresiones que se usan para ofender o humillar, ya bien a personas o colectivos. Por otro lado, las calumnias son imputaciones o acusaciones, a sabiendas de que son falsas, y tienen por objeto mancillar la honorabilidad de la persona acusada.

Las leyes mexicanas contemplan circunstancias de modo, tiempo, lugar y propósito en que los insultos y las calumnias constituyen delitos sancionables, según su gravedad y los daños que provoquen. Sin embargo, en el medio político, es muy usual escuchar ambas sin que haya mayores consecuencias, pues en lugar de denunciar prefieren aprovechar el momento para entablar batallas discursivas y mediáticas, con las cuales ganen notoriedad. Algo así como “el que se lleva se aguanta”.

Pero eso no ha sido así por cuanto hace a los insultos y las calumnias en temas de género, porque ahí sí son cada vez más las denuncias, los procesos legales abiertos y las sanciones aplicadas contra quienes encuadran sus dichos en la comisión de algún tipo de violencia política contra las mujeres. Cada vez son más las denuncias que en ese sentido proceden en los tribunales y culminan en castigos aplicados a los infractores.

Ahora bien, el otro concepto, el de la violencia, concebida como agresión al través del uso de la fuerza, el poder o la amenaza, que tiene como resultado daños de diverso tipo, entre otros, psicológicos, físicos o económicos.

Los insultos y las calumnias forman parte del ejercicio de la violencia política. Los más cobardes los profieren en ausencia de la persona afectada. No dan la cara, son hipócritas y miedosos. Los temerarios hacen gala pública de su ignorancia acerca de lo que están haciendo y se arriesgan a ser denunciados por las personas a las que afecten.

Se supone, pero sólo en teoría, que las sociedades deberían caminar más hacia la civilidad y menos a la violencia. Más hacia la solución pacífica de las controversias y menos al encono. Y sí hay países y estados que lo han logrado, cuyos indicadores son muy bajos en comparación con el resto. Lamentablemente, ese no es el caso de México.

En los últimos meses hemos visto cómo el propio presidente de la República insulta y calumnia a quienes considera sus adversarios. Andrés Manuel López Obrador se burló de un premio internacional que fue entregado a la presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la Dra. Norma Piña. Minimizó el reconocimiento hecho a su trayectoria, logros y preparación. Trató de ridiculizarla en su mañanera. Este hecho, junto con todos los demás ataques ya han despertado la furia de los fanáticos, cuya violencia está pasando de las redes sociales a las calles.

Si el presidente tiene la epidermis tan delgada que cualquier crítica o señalamiento lo lleva a la ira y no contiene la violencia verbal y la radicalización que lo ha caracterizado en estos últimos años, las expectativas no son nada halagüeñas. Yo creo que la mayoría de los mexicanos no queremos más violencia, todo lo contrario. Sólo nos queda esperar que se trate de errores y no de una estrategia perfectamente premeditada de Andrés Manuel.

Y para iniciados

Las voces sobre la salida del gobernador, Cuauhtémoc Blanco, se multiplican en los corrillos políticos. Que si el derecho de silla, si será con licencia temporal o separación definitiva, si ya están formando equipos al interior de su gobierno y sus operadores para repartirse lo que queda del botín, de a quiénes va a quedar la papa caliente de entregar cuentas y enfrentar las elecciones, están pasando a segundo plano. Ya lo que quieren, seguidores y detractores, es que se vaya. Esperan con ansias el banderazo desde Palacio Nacional para apropiarse de los espacios de poder que habrán de estar en juego.

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