Perspectiva Electoral

Por Marcos Pineda

Los resultados de los procesos electorales son un producto multifactorial. No dependen solamente de una o dos condiciones, a las que técnicamente llamamos variables, sino de diversos factores que en diferente medida afectan al ambiente político, a la percepción que los ciudadanos tienen del entorno, a los partidos, en su momento a los candidatos, a la imagen que los electores tienen del gobierno en turno y más elementos que componen en su conjunto el proceso electoral.

Lo que hagan o dejen de hacer los funcionarios públicos por supuesto que tiene efectos en el ánimo de los electores, para bien o para mal, de la opinión que se forman los ciudadanos sobre la gestión de gobierno, las personas que lo encabezan y los partidos a los cuales pertenecen.

Los funcionarios públicos tienen facultades y obligaciones asignadas por la ley. Al menos en teoría, protestan, es decir, se comprometen a cumplir con las responsabilidades y obligaciones propias de su encargo, actuando bajo el marco de la ley. Sin embargo, además tienen una grave responsabilidad que no está escrita en ninguna ley, en ningún reglamento, ni en ningún manual de operaciones. Y esta es: hacer quedar bien al gobierno en turno y a sus jefes. 

Cuando no cumplen con esta encomienda no escrita o cometen errores en su desempeño público o privado que causan daño a sus superiores, ya sea moral, económico, legal o político, sufren las consecuencias. En palabras sencillas, son funcionarios a los que se les castiga desde arriba, no porque haya la buena intención de sus superiores para hacer cumplir la ley, defender los derechos humanos, combatir a la corrupción o cualquiera otra de esas justificaciones que se esgrimen a la hora de imponerles la sanción. No. Simplemente se les castiga por no haber cumplido con la máxima no escrita de hacer quedar bien a sus jefes, y para detener, minimizar o corregir, según se pueda, el daño que hayan ocasionado, no al pueblo, no a una comunidad, a una institución o a una persona, sino el daño que provocaron y puedan seguir provocando a un proyecto político, a un equipo de políticos, a un partido o a alguno de sus jefes.

En Morelos hemos visto ya varios casos, no sólo añejos, sino más o menos recientes de este tipo de castigos a funcionarios y políticos. Probablemente el que usted más recuerde es el de Paco Moreno, por aquel dislate, cuando aspiraba a una segura senaduría, debido a lo que fue calificado por las congresistas de aquel entonces como misógino. Le costó la senaduría y mucho trabajo político remontar ese vergonzoso episodio. Otro caso muy conocido fue el de Manuel Martínez Garrigós, cuya acumulación de puntos negativos contra él y su propio partido político, el PRI, lo llevó a una confrontación con sus líderes nacionales. Hasta la fecha, el estigma no se le ha borrado. Y aunque haya obtenido cargos públicos y promovido a sus incondicionales para que sigan sus pasos, sigue viviendo en el ostracismo y la marginación política. Y sólo para poner un caso actual, volteemos a ver a Marco Zapotitla Becerro, diputado chapulín que traicionó a Morena y se fue al partido del gobernador, al PES. Y ya estando ahí se sintió muy poderoso y protegido. Luego de la denuncia por violación en su contra, la suerte le cambió. No sólo la declaración de su jefe estatal, Jorge Argüelles, le afectó, al marginarlo del grupo parlamentario. La versión de que su famoso abogado, Cipriano Sotelo Salgado, renunció a su defensa corrió rápidamente. El castigo, el linchamiento político a Zapotitla no se debe, como en los otros casos, a que se defienda la ley, a que crean que es o no culpable. Se debe a que no cumplió con la máxima no escrita de hacer quedar bien a sus jefes, y a que la denuncia causó daño al proyecto político y podría seguirlo causando.

Y para iniciados

Ya se estrenó el nuevo “ajonjolí de todos los moles”, Raúl Anaya Rojas, flamante sustituto de Hugo Éric Flores, en la delegación federal de programas de bienestar en Morelos. Así lo hacía Flores, cuyas notorias ausencias para recuperar el registro de su partido político, evidenciaron aún más los porqués del repudio que se fue construyendo a pulso entre los morelenses. Muy pocos lo quieren y muchos se alegran de que se haya ido. El nuevo delegado, Anaya, parece que heredó ese extraño don mágico de Flores, con el que es capaz de hacer declaraciones sobre el tema que sea, sobre el tema del momento. Parece que este nuevo súper delegado también tiene súper poderes adivinatorios, ya que todavía no se llevan a cabo las investigaciones sobre los recientes asesinatos de dos líderes sindicales y ya afirmó que no están conectados el uno con el otro. Ya veremos pronto cómo le va eso de hacer quedar bien a sus jefes.

Excelente fin de semana

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