PERSPECTIVA, por Marcos Pineda.

En las últimas dos décadas del siglo pasado, la caída del Muro de Berlín, el desmembramiento de la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, el descubrimiento de hechos ocultados por los regímenes autoritarios de izquierda -como China, Corea del Norte o Cuba- dieron un viraje en el posicionamiento ideológico de las organizaciones políticas en el mundo.

Quienes defendían las políticas ligadas al liberalismo económico, que comenzaba a conocerse en su versión técnicamente actualizada como neoliberalismo, pensaron que el socialismo había pasado de moda y perdido la batalla.

La inmensa mayoría, abandonaron la idea socialista clásica, tanto la de Marx, que profetizaba una revolución violenta que llevara al poder al proletariado, como la de Trotsky, con su visión de una revolución internacional. Otros más, antes plegados al estalinismo, o sea, el socialismo como bloque de países que ayudaran a la transformación socialista en las naciones que no lo eran, dando la batalla al que hoy siguen llamando “el imperialismo yanqui”, también abandonaron el barco.

El pragmatismo en la lucha por el poder no hizo que necesariamente dejaran de ser del todo socialistas, sino que tendieran más hacia el centro o centro izquierda. Los extremismos, ya fueran de izquierda o derecha, en el mundo occidental, sobre todo en las economías y las democracias consolidadas, dejó de ser atractivo para las grandes masas de votantes.

Seguir esperando el cumplimiento de la profecía marxista de que los medios de producción estarían en las manos de los obreros se convirtió en una quimera de trasnochados socialistas. Unos, los que se negaron a reconocer el declive de su ideología, quedaron solos y rezagados.  

Otros, paulatinamente comenzaron a utilizar discursos que se acercaran, no a lo que sus ideologías sostenían, sino a lo que los votantes querían escuchar para brindar su voto. No son pocos los partidos en el mundo que, hoy por hoy, se pueden calificar como cáchalo todo. Incursionaron en la mercadotecnia electoral, en la que las ideologías son usadas, no a conciencia, sino a conveniencia.

En esa ruta surgieron los movimientos que hoy se denominan “progresismo de izquierda”. Esos que, cuando les conviene enarbolan las banderas de la lucha por el pueblo y a favor de los pobres, son populistas y antineoliberales, los que en un principio gozan de la simpatía de sus pueblos, pero que en el mediano plazo terminan llevando a crisis económicas y políticas, no pocas veces con marcados rasgos autoritarios, excluyentes e intolerantes.

Ahí mero es donde se encuentra la llamada cuarta transformación, el difuso “humanismo mexicano” y el liderazgo de López Obrador. El problema es que, revisando la historia, el desenlace probable no es el de la solución a los grandes problemas nacionales. Todo lo contrario, ese espejismo terminará desvaneciéndose, igual que ocurrió con sus antecesores. 

Y para iniciados

El primer proceso judicial contra el “plan b” de la reforma electoral ya fue rechazado por la Suprema Corte. Pero no canten victoria, los ministros no le dieron entrada porque todavía no han sido aprobadas en su totalidad las reformas ni han sido publicadas para que entren en vigor. Por lo tanto, todavía no han causado violaciones constitucionales o perjuicios a personas e instituciones. Tendremos que esperar hasta febrero, para saber si el “plan b” pasa o no pasa. 

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