PERSPECTIVA, por Marcos Pineda.

Hay quienes se muestran sorprendidos por la intención de voto que conserva el partido político, Movimiento de Regeneración Nacional, a pesar de la larga lista de yerros, desatinos, corruptelas, divisiones, mentiras y traiciones que han ido quedando al descubierto en los ya casi cinco años desde que arribaron al poder presidencial.

Para unos, la figura del líder máximo, Andrés Manuel López Obrador, una especie de caudillo identificado con las causas de los más pobres, retador, burlón, populachero, cuya radicalización progresiva en el discurso cotidiano de las mañaneras, es la respuesta. Afirman que, sin AMLO, Morena se derrumbaría. Por tanto, se dan por perdidos hasta que termine su periodo en el gobierno federal y, por fin, se retire de la política, como lo ha prometido.

No podemos decir que estén del todo equivocados, pues mientras Andrés Manuel continúe al frente de la presidencia y atrás de las decisiones más trascendentes de su partido político, cuentan con un respaldo de Estado, una fuerza mediática, sobre todo en redes sociales, y una serie de programas sociales clientelares que aseguran para los guindas un cúmulo de votos, al menos de unos quince millones de sufragantes. Dato que se obtiene de ponderar los resultados de la mayoría de las encuestas preelectorales.

Sin embargo, el proyecto de López Obrador va mucho más allá de poder concluir su mandato entregando la estafeta a uno de sus incondicionales, a una de las corcholatas cuyos nombres se van promoviendo y popularizando a marchas forzadas. Condición absolutamente necesaria para consumar el plan de fondo: sentar las bases para la permanencia de Morena en el poder por tiempo indefinido.

Entonces, sentar las bases de la cuarta transformación, volverla, como lo ha expresado el propio presidente, irreversible, equivale a sentar las bases para mantenerse en el poder.

Es ahí donde podemos hallar otra explicación para la elevada intención de voto a favor de su partido político. De manera similar a como sucedía, en los sesenta y setenta del siglo pasado, aun con todo lo que se sabía y se criticaba del régimen hegemónico priista, la clientela electoral y la doctrina revolucionaria hacía que ese partido tuviera a su favor las preferencias electorales y muy amplias posibilidades de triunfo para sus candidatos.

En esa época, lo más difícil era obtener las candidaturas, que el dedo del gran elector presidencial se posara sobre los elegidos. La contienda ya era un procedimiento que había que cumplir, sí, cuanto mejor fuera la campaña, mejores serían los resultados, pero buena parte del triunfo provenía de lo que ya se contaba con la marca partidaria.

Conocedor de la historia política de México, de la real, de la que mantenía el control del sistema político, muy lejos de inclinarse por el reconocimiento de la pluralidad, el consenso y de una democracia incluyente, la apuesta es por la construcción de una nueva hegemonía electoral y doctrinaria, que permita el establecimiento de condiciones legales y políticas para su permanencia en el poder.  Por ahí va la verdadera cara de un régimen que puede ser todo, menos auténticamente democrático.

Y para iniciados

Una de las lecturas que se pueden dar a la visita de Cuauhtémoc Blanco al secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández, es la debilidad institucional y política con que llegó a su quinto año de gobierno. Acompañado de unos cuantos legisladores morenistas y reconociendo que fue a quejarse de las traiciones de los legisladores ausentes, mostró que lo que más pesa en este momento no es el respaldo de quienes estuvieron con él, sino la endeble situación en que lo deja que no hayan acudido los demás.

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