PERSPECTIVA, por Marcos Pineda.

Entre los muchos otros problemas que han sido detectados en la actuación del hoy presidente, Andrés Manuel López Obrador, desde que vio frustrado su ascenso al poder en el año 2006 y a lo largo de su mandato, además de sus contradicciones consuetudinarias, destacan los múltiples y reiterados enojos que muestra contra los que llama “sus adversarios” en las mañaneras.

Con el tiempo y tras la evidencia de los desatinos de su administración, de sus colaboradores e incluso de sus familiares, las posturas del presidente se han radicalizado. Las acusaciones, los insultos y las burlas que profiere, acompañadas de mensajes que incitan no sólo a la división, la polarización de los ánimos, sino también al odio de una parte de quienes él llama pueblo contra los que califica como conservadores, corruptos, neoliberales, aspiracionistas, defensores del régimen oligárquico y demás.

El origen de los enojos del presidente es ideológico, aderezado con el pragmatismo político de contar con un enemigo, identificable, a quien cargar las culpas y contra quien arremeter, con el objeto de sostener la vigencia de su discurso, también ideológico, aunque difuso. Unas veces negado a la aceptación de políticas que llama “neoliberales” y, otras, defensor de las mismas, aduciendo que busca lo mejor para el pueblo. Ese vaivén ideológico ya no sorprende a nadie. Lo ha normalizado en su discurso cotidiano.

Es cierto que en contra tiene a la otra ideología, la que llama conservadora. Entre las que se hallan tanto los ultras de la derecha como los moderados y los centristas. Y sí tienen, entre ellos, un pleito casado por el convencimiento de las masas de votantes, rumbo a las próximas elecciones. En medio de ese pleito estamos los demás, las masas, la sociedad civil auténtica, que no formamos parte de sus élites de poder, que nos vemos sometidos al permanente bombardeo que traen unos y otros.

También hay los que, de manera oficiosa, totalmente fanatizada, lo defienden o lo atacan, según el caso, igualmente a partir de las posiciones ideológicas de cada parte y que, como todas las ideologías, buscan la preminencia, el dominio de su pensamiento, por sobre los demás.

Al margen de todos ellos, de los ultras de un lado y del otro, de morenistas y sus opositores, hay una sociedad que los tiene bajo escrutinio. Sociedad compuesta por todo el pueblo y no únicamente por quienes ellos digan qué es el pueblo. Aquella sociedad que está viendo la simulación y la hipocresía de ambos, de su lucha por el poder y el sometimiento de las instituciones a ideologías y proyectos políticos, y que habrá de tomar una decisión en la soledad de las urnas en los siguientes comicios, locales y federales.

A López Obrador le urge que le crean y se pongan de su lado. A sus adversarios, que no vuelva a tener los 30 millones de votos con los que llegó al poder. Están en guerra. Una que nos ha dejado expuestos a las consecuencias del desastre al que llevan a la nación. No son ellos ni el camino ni la solución. Es la sociedad mexicana la que debe volver a tomar las riendas de su destino y ya no dejarlas en manos de estos grupos de poder. De otra manera, ningún triunfo electoral tendrá un significado sustantivo.

 Y para iniciados

El reciente asesinato de los jóvenes en Nuevo Laredo, a manos de militares que estaban dando apoyo en seguridad pública, así como el enfrentamiento posterior con vecinos y familiares de los masacrados, es consecuencia, quieran o no admitirlo, del uso de las fuerzas armadas en tareas de las que no deberían formar parte, porque no están ni preparados, ni deberían ser sus funciones. La militarización tendrá más consecuencias de esta naturaleza, ya sea se encarguen de aeropuertos, aduanas, hoteles, trenes, líneas aéreas o cualquier función que no corresponda a la defensa de la seguridad nacional.

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