PERSPECTIVA, Por Marcos Pineda.

Muy pronto, entre los posibles electores del 2024, ha permeado la idea de que solamente dos corcholatas presidenciales juegan para ganar: Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard. Marcelo Ebrard y Claudia Sheinbaum. Dos personalidades completamente diferentes. De todo a todo.

Los demás, jugarán su papel, más o menos de comparsas en un ejercicio de simulación bien calculado para que no sean objeto de sanciones severas, al grado de invalidar la candidatura presidencial que surja el próximo 6 de septiembre. Al mismo tiempo, el presidente cuenta con el mejor distractor: la poderosa influencia que tiene el relevo en el Supremo Poder Ejecutivo, así denominado constitucionalmente en el artículo 80.

De los externos al partido, Manuel Velasco y Gerardo Fernández Noroña, mucho se ha dicho que ellos, entrando al proceso, ya ganaron en lo personal y para sus partidos. Encarecieron su permanencia en el proyecto lopezobradorista de retener no sólo la presidencia de la República, sino alcanzar dos terceras partes de los escaños en el Congreso de la Unión.

Velasco y Fernández tendrán opciones para sí y una capacidad de negociación amplificada en las entidades de la Federación donde habrá elecciones concurrentes. Salvo sus incondicionales, no hay quien crea que tienen lo suficiente para llegar a la coordinación nacional y, con ello, a la candidatura presidencial. Sin embargo, los líderes intermedios en los estados de la República saben que podrían ser la clave para hacerse de ciertas posiciones, ya sea de elección popular o en la administración pública.

Ricardo Monreal y Adán Augusto, sin duda, darán todo de ellos para demostrar al presidente la necesidad de mantenerlos, de una u otra forma, en el proyecto de la Cuarta Transformación. La lógica diría que López Hernández podría ocupar una muy segura candidatura al Senado de la República y Monreal Ávila, ya fuera en el Congreso o en uno de los más importantes cargos dentro del próximo gabinete.

Pero no todo está amarrado y controlado. Hay quienes aseveran que, de no ser designado sucesor de Andrés Manuel, Marcelo podría encabezar la postulación por Movimiento Ciudadano. Hoy puede decir que no, que no abandonaría a Morena. Pero en política no hay nada escrito y la lógica no funciona como la planteó Aristóteles. Eso ya lo sabremos después del 6 de septiembre.

De cualquier forma, así como sucedía en la época del esplendor hegemónico del PRI, los aspirantes en los estados tendrán que esperar a que se resuelva el tema presidencial para saber si cuentan o no con el respaldo de quien quede a la cabeza y si el presidente sostiene su intención de impulsarlas e impulsarlos. Primero se define la grande y de ahí se decanta todo lo demás. Igualito que en el hoy agonizante Revolucionario Institucional.

La apuesta es muy elevada. El costo de mantener unidos a los grupos y a los partidos aliados será alto. Si el presidente está dispuesto a pagarlo, con candidaturas, claro, las posibilidades son amplias. Pero, si no, el riesgo de ruptura se incrementa. Divididos podrían ganar la presidencial, pero tendrían que decir adiós a la mayoría calificada en el Congreso viendo cómo el Plan C tampoco fructifica.

Y para iniciados

Las contiendas en los estados ya arrancaron desde hace tiempo. Unos toman delantera y otros esperan un mejor momento para alzar la mano y la voz. En la recta final, los filtros llevarán a que se tengan tres mujeres e igual número de hombres que compitan por la coordinación estatal para la defensa de la autodenominada cuarta transformación y, por tanto, ganador o ganadora, convirtiéndose de facto en precandidata o precandidato. Nada está definido para nadie todavía y puede ser que haya más que se incorporen en estos días a la competencia.

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