PERSPECTIVA, por Marcos Pineda.

Entre las variables asociadas al comportamiento electoral, es decir, al estudio sobre las decisiones de por qué y cómo los electores votan como votan, hay algunas que no necesariamente ayudan explicar el voto a favor de un determinado partido o candidato, sino los porqués del voto en su contra, por parte de los ciudadanos.

En otras palabras, hay ocasiones en que los votos emitidos en una elección no son para que llegue alguien a la representación popular, sino para todo lo contrario: para que no alcance la mayoría, para que pierda, pues. Usualmente solemos denominarlo como “voto de castigo”.

Ese tipo de variables parten de evaluar aspectos como el desempeño de los funcionarios, los resultados al frente de sus encargos, su honorabilidad y demás. En ellas, lo fundamental es la percepción que los electores tienen de sus gobernantes. Y su correlación es muy fácil de entender: a mayor aprobación, mayor probabilidad de voto y a menor aprobación, menor probabilidad de que el votante decida sufragar de nueva cuenta por un mismo partido o candidato.

Cuando los niveles de desaprobación son elevados hacia un partido o algún candidato se produce el fenómeno del “voto de castigo”. Consiste en que en lugar de que el elector decida salir el día de la jornada electoral a emitir su voto a favor de un candidato, lo hace con toda la intención de que ese candidato o el partido al que pertenece no gane las elecciones.

El voto de castigo es la forma más asequible de participación con que cuenta el elector no militante ni activista, el ciudadano normalmente alejado de la política partidaria, pero que se ha formado una mala opinión sobre el desempeño de sus gobernantes y de los partidos que representan.

Es interesante analizar la manera en que el voto de castigo ha funcionado en otras latitudes, pero no hay tiempo ni espacio en esta pequeña colaboración para hacerlo. Centrémonos en lo esencial para el caso de México. Durante varios sexenios el Partido Revolucionario Institucional (PRI) fue ganándose el repudio popular y, con ello, un creciente voto de castigo, elección tras elección. Sin embargo, a través de estrategias corporativas y clientelares, con una buena dosis de corrupción, fraudes e intromisión del Estado, pudo salir avante hasta que ya no pudo contener más el voto de castigo y terminó perdiendo, primero diversas elecciones locales y luego la presidencia de la República, en el año 2000.

En las elecciones de gobernadores y presidentes municipales resulta muy evidente el voto de castigo, al analizar los históricos de los resultados electorales y contrastarlos con la percepción que tienen los ciudadanos de sus gobernantes. Si revisamos los casos de Morelos y el caso, en especial, de Cuernavaca, lo veremos reflejado al menos en seis de las últimas elecciones, al igual que en muchos otros municipios.

Si bien Cuauhtémoc Blanco Bravo ganó las pasadas elecciones de gobernador fue por otras variables, pero no por haber tenido un buen desempeño al frente de la comuna capitalina. A su vez, su principal rival en esa contienda, Rodrigo Gayosso, tuvo en su contra el voto de castigo asociado a la figura de Graco Ramírez. Dados los números que evalúan muy mal al actual gobierno, no es difícil esperar un voto de castigo asociado a la figura del gobernante en turno.

Y algo similar podemos esperar en diferentes presidencias municipales, pues pocos son los que no han ido decepcionando a los habitantes de sus respectivas demarcaciones. Digamos, que habrá quienes salgan a campaña teniendo que enfrentar ya sea un desprestigio propio o heredado, que al final se traducirá en voto de castigo.  

Y para iniciados

A propósito del voto de castigo, hemos visto campañas sucias, algunos les dicen fuego amigo, principalmente entre los aspirantes de Morena a la gubernatura. En unos casos buscan asociarlos con Graco Ramírez y en otros con Cuauhtémoc Blanco o Ulises Bravo, creyendo que con eso los desprestigian. Y sí, es cierto, en ambos casos se desprestigian mutuamente. Lo que no se dan cuenta es que con esas guerras sucias incrementan la posibilidad de un voto de castigo, tan asociado a Ramírez como a Blanco, abriendo la puerta para que por ahí pudieran ganar otros, no por méritos propios, sino por resultar beneficiarios indirectos del hartazgo de la gente con los malos gobiernos, como ya lo hemos visto en muchos que hoy ocupan curules o cargos.

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